miércoles, 9 de julio de 2014

¿Crear un Ministerio de industria o catalizar la política industrial?

Se plantea en el país, con cada vez más apetito, la solución burocrática de crear un ministerio monotemático para revitalizar la industria colombiana. Pero recuerdo, ese ministerio existe hace rato. El doliente desde el 2002 es el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo (en adelante “MinIndustria” - no lo llamemos "MinComercio" en este artículo, y menos "Ministerio de Comercio Exterior", como erróneamente aún se le denomina).

Ese remedio no es lo que le conviene al país, así se argumente que hay otros países que lo tienen en solitario. Se necesita es catalizar una alianza público privada en pro de un desarrollo industrial sostenible e inclusivo, la cual parte por emitir una vigorizada directriz de Política Pública que otorgue máxima priorización, dirección, implementación y promoción de la política industrial, o de reindustrialización si se quiere, para poner al país a resurgir en este frente. 

Lo anterior se puede fundar y visibilizar teniendo como base los cuatro pilares en los que se sostiene la actual política industrial o de desarrollo empresarial: 1. Productividad 2. Transformación Productiva; 3. Internacionalización; y 4. Competitividad. 

La política industrial debería conllevar una meta nacional, ambiciosa pero alcanzable, de llevar el porcentaje de la industria en el PIB del 11,2% que tuvo en 2013 al 20% en el 2020. Es igual a aspirar a llegar a los niveles de participación en el PIB que tenía la industria colombiana a principios de los noventas.

Para lo anterior, no se necesita un ministerio nuevo sino darle presupuesto y prioridad a las funciones y objetivos que legalmente ya tiene asignadas el actual MinIndustria, tales como: desarrollar los sectores productivos de la industria, el emprendimiento y la innovación; promover el mercado de capitales y los fondos de capital privado; desarrollar la micro, pequeña y mediana empresa –las mipymes-; formular y dirigir la política frente a la industria de los servicios; aumentar la productividad y mejorar la competitividad país y de las empresas colombianas; regular y defender – v. Gr. con salvaguardias - el mercado interno; promover la normalización, la evaluación de la conformidad, la calidad, la competencia y la propiedad industrial.

Adicionalmente habría que reivindicar el uso estratégico, activo y de alto nivel, del hoy irrelevante e invisible Consejo Superior de la Micro, Pequeña y Mediana Empresa, para el cual el MinIndustria ejerce la secretaría técnica, y del Sistema Nacional de Competitividad e Innovación – SNCeI.

Se transitaría también por realinear y coordinar ante esa nueva política pública, la integración y coordinación estratégica del sector administrativo de la industria.  Esto es tener un MinIndustria, asistido desde Presidencia, liderando las medidas, instrumentos e incentivos en pro de la industria, de la mano tanto de sus entidades adscritas o vinculadas, tales como las superintendencias de Sociedades (Supersociedades) y la de Industria y Comercio (SIC); el Fondo Nacional de Garantías; Proexport y Bancoldex, así como de otras entidades que deben apalancar el proceso de industrialización como DNP, COLCIENCIAS, SENA, DIAN y los Ministerios TIC y de transporte.

En ese esfuerzo de política pública es vital reenganchar activamente a la academia, aún muy desconectada del desarrollo industrial. Entidades como FESCOL, FEDESARROLLO y el Consejo Privado de Competitividad son instrumentales y siempre han estado a disposición para investigar y dar apoyo a la solidez de esa pol y el comercio desiio ministerial entreítica. El nuevo Congreso de la República, que se instala el 20 de julio, también tiene un aporte en supervisión y control estricto a la Política, pero también con activa labor legislativa en creación y fortalecimiento de estímulos para el desarrollo industrial.

Hay que definirle a la agroindustria colombiana, el sector promesa del SXXI, si es el MinIndustria o el Minagricultura su entidad responsable y evitarle el desgastador peloteo institucional.

Igualmente clave es convertir, sin timidez, a Bancoldex en un verdadero Banco de Desarrollo Empresarial para apoyar con cooperación financiera y no financiera, más sofisticada, incluyente y de alto impacto, en la atracción y financiación de la inversión en los proyectos de transformación industrial como en su internacionalización. Su liderazgo en el ahijamiento de iNNpulsa Colombia y el PTP –Programa de Transformación Productiva–, apostándole a 20 sectores que transforman a Colombia, es un ejemplo del sí se puede. Hay referentes globales que pueden inspirar y dar ejemplo a Bancoldex del impacto de esas conversiones estratégicas, que pasan desde Corfo en Chile hasta el Korea Development Bank.

En lo gremial, la ANDI provocaría más impacto si se concentra en apoyar la industria, más o menos la mitad de sus afiliados, coadyuvando comprometidamente planes, programas, regulaciones y trabajos que favorezcan la industrialización. Los Comités 20/20 juegan ahí. ACOPI, un fantasma que hay que revivir. Hace inmensa falta. Y CONFECÁMARAS sería el polo a tierra para irrigar el apoyo al desarrollo industrial en las apuestas productivas y/o clústeres identificados en las regiones, vía las 57 cámaras de comercio del país.

En conclusión, nada de lo anteriormente propuesto es sugerir volver al obstáculo, a la barrera no arancelaria, al aislacionismo, al proteccionismo. Ese no es el camino. Es política pública activa con enfoque sectorial y estratégico. 

Y menos, acoger la propuesta simplista de creer que la solución es la escisión ministerial para encargar a una entidad de la política comercial, tanto para comercio interno y externo (internacionalización) y el comercio de servicios; y otra separada y monotemática encargada de la política industrial. Eso sería tan errado como trabajar las cadenas globales de valor en la manufactura separadas o sin vincular los servicios y la internacionalización asociada. Sería como separar siameses que comparten el mismo corazón.

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